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Europa se convierte en importadora neta de vehículos eléctricos procedentes de China

Un informe técnico de Roland Berger advierte del giro estructural en los flujos comerciales automotrices, con el Viejo Continente dependiendo cada vez más de la producción asiática

Durante décadas, Europa desempeñó un papel protagonista en el tablero global de la automoción. Como exportadora neta de vehículos, componentes y tecnología, el Viejo Continente construyó un ecosistema industrial orientado a liderar la movilidad del siglo XXI. Sin embargo, según revela el informe Global Automotive Supplier Study 2025 de Roland Berger, ese equilibrio está cambiando. Europa ha comenzado a importar más vehículos eléctricos de los que exporta, especialmente desde China, y todo apunta a que esta tendencia no es coyuntural, sino estructural.

El estudio constata una realidad difícil de ignorar: mientras las fábricas europeas no logran acompasar el ritmo de electrificación que exige su propio mercado interior, los fabricantes chinos han capitalizado su escala, costes y tecnología para llenar ese vacío. Entre 2021 y 2024, las importaciones de VE chinos hacia Europa se dispararon más de un 130%, mientras que las exportaciones europeas hacia Asia —particularmente hacia China— cayeron un 35%, afectadas por nuevas barreras arancelarias y por la pérdida de atractivo competitivo de las marcas europeas en su tradicional bastión de lujo e ingeniería.

Este desajuste se manifiesta ya en cifras concretas: en varios países europeos, uno de cada cuatro vehículos eléctricos nuevos vendidos procede de China. Firmas como BYD, MG, NIO o Xpeng no solo han desembarcado en Europa con agresividad, sino que además compiten en el corazón del mercado generalista con productos asequibles, bien equipados y con mayor integración digital que sus rivales europeos.

El informe va más allá de los datos comerciales y apunta a los factores que explican esta ventaja estructural. China no solo cuenta con mayor capacidad productiva, sino que tiene el control de la cadena de valor crítica: baterías, semiconductores, software y desarrollo de producto. Además, sus fabricantes han acortado los ciclos de lanzamiento a menos de 24 meses —frente a los 36-48 meses en Europa— y operan con costes un 20% inferiores, gracias a economías de escala, apoyo estatal e integración vertical.

Este vuelco comercial tiene implicaciones profundas. Europa no solo arriesga su autonomía industrial, sino también la resiliencia de su cadena de proveedores y su soberanía tecnológica. El informe advierte que, de no reaccionar, el continente podría perder no solo cuota de mercado, sino también relevancia estratégica en una industria que representa el 7% del PIB europeo.

Roland Berger plantea varias salidas: invertir masivamente en capacidad productiva de VE, vincular incentivos a contenido local y acelerar alianzas con actores asiáticos sin perder control tecnológico. Pero la advertencia es clara: Europa ha dejado de liderar por inercia, y quien no produzca, dependerá.

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