Más allá del discurso ambiental, el vehículo eléctrico se está convirtiendo en una herramienta clave para la seguridad energética mundial. Así lo recoge el informe Global EV Outlook 2025 de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), que estima que, si se cumplen las previsiones de adopción de aquí a 2030, los vehículos eléctricos evitarán el consumo de más de 5 millones de barriles de petróleo al día. Solo en 2024, la flota mundial de eléctricos en circulación ya permitió un ahorro equivalente a 1 millón de barriles diarios.
Este cambio de paradigma energético tiene implicaciones geopolíticas profundas. Hasta hace poco, la movilidad dependía casi exclusivamente del petróleo, una fuente sujeta a precios volátiles y a tensiones regionales. Con el avance del coche eléctrico, los países importadores pueden reducir su exposición a esos riesgos, diversificar su matriz energética y mejorar su balanza comercial.
China es nuevamente el principal impulsor de esta transformación. Su flota eléctrica, la mayor del mundo, fue responsable de la mitad del ahorro petrolero global registrado en 2024. Pero el potencial de Europa también es significativo: si logra cumplir sus objetivos de electrificación para 2030, podrá reducir su dependencia energética de manera estructural, especialmente en el transporte urbano y de mercancías ligeras.
El informe subraya además que, incluso en un escenario de precios bajos del crudo, el vehículo eléctrico sigue siendo competitivo. Si el barril cayera a los 40 dólares, los costes operativos de un eléctrico seguirían siendo inferiores a los de un térmico, especialmente en contextos con acceso a recarga doméstica. Esta resistencia económica refuerza la viabilidad a largo plazo del modelo eléctrico.
Además del impacto en la demanda de petróleo, el despliegue del vehículo eléctrico impulsa una mayor integración de energías renovables. La posibilidad de cargar durante las horas de mayor generación solar o eólica, o incluso de devolver energía a la red (V2G), convierte a estos vehículos en agentes activos del sistema energético.
Por tanto, la electrificación del parque móvil no solo es una medida climática. Es, también, una decisión estratégica. Los países que lideren esta transición estarán mejor posicionados para garantizar su autonomía energética, estabilizar costes logísticos y reducir su vulnerabilidad externa.
La IEA concluye que la movilidad eléctrica se ha convertido en un pilar de la nueva seguridad energética global. Su impacto ya es tangible, y su relevancia crecerá a medida que las economías avancen hacia un modelo más eficiente, diversificado y resiliente.